Luisgé Martín y la libertad de explorar el sumidero

© Rafael Balanzá

Si no viviera Arrabal, diría que Luisgé Martín y Albert Serra son los mayores provocadores del reino. Y escribo esto a sabiendas de que Arrabal sigue siendo, a sus tras-lúcidas 92 primaveras, la misma inocente y angelical criatura a la que Franco le arrebató un padre en Melilla, para luego premiarlo a él, transfigurado en dramaturgo universal, con la inestimable y santificadora hostilidad de su régimen.

Pero todo esto es anécdota. Vamos a la categoría, empezando por el principio. Cuando Carlos Sánchez, director de este portal, me invitó en 2019 a participar en su recién estrenado proyecto Más por conocer, yo no tenía la menor noticia de la existencia de un novelista llamado Luisgé Martín. No la tuve, de hecho, hasta que ganó el premio Herralde de novela al año siguiente. Y tampoco es que eso cautivara mucho mi atención. Hace ya años que concedo a la decadente Anagrama apenas una atención flotante, más o menos comparable a la que dedico al santoral. Sin embargo, no tardé en reparar en unas declaraciones del autor a la prensa que, si bien lo situaban en el polo opuesto al pensamiento de Javier Gomá, llamaron igualmente mi atención por su valentía: “La vida es un sumidero de mierda, un acto ridículo o absurdo”. Lo más curioso es que cuando al año siguiente, en 2020, mantuve con Gomá la conversación en la fundación Juan March, mencioné esas declaraciones sin haber leído todavía “El mundo feliz”. Y cuando lo hice, meses después, mi sorpresa se resolvió en jolgorio al descubrir lo oportuno que había sido al mencionarlo. ¡Resultó que Luigé dedicaba una sección completa de su ensayo al filósofo ejemplar! Qué cosas, ¿no?

Pero desbrocemos el jardín. O sea, tomo la podadora y vamos con las mondas rotundidades. Considero a Gomá, por el pulquérrimo salvajismo civilizado de su ambición filosófica –eso que llaman élan los enterados-, el pensador actual más relevante; lo que no me impide discrepar de él en ciertos puntos (patentes en la conversación) como el que se refiere a la necesidad de expresar a través del arte el horror de la vida: Shakespeare (a quién Gomá desdeña), Goya, Dostoyevski, Kafka, Camus, Buñuel, Beckett, Houellebecq… y entre nosotros, en esta intelectualmente esmirriada España que bosteza entre lo Woke y lo fascistoide… Luisgé Martín.

Después del ensayo, leí la novela premiada (“Cien noches”) que me gustó menos; y no por su frío aliento nihilista –el nihilismo lúcido y consecuente, rarísimo entre “les” intelectuales de la izquierda patria, más que repugnarme, suele estimularme- sino por algunas redundancias y el feble estilo. No sé exactamente lo que pretendía Luisgé contando la historia de Bretón, pero me parece injusto el modo en que se lo ha presentado estos días como el mamporrero discursivo de Sánchez. Él es mucho más que eso. Se trata de un escritor agudo, inteligente y dotado de una voluntad de autenticidad que yo jamás desprecio. No he leído el libro, pero espero que se reconozca su derecho a explorar a fondo el sumidero de mierda. Porque, efectivamente, sin trascendencia, eso es exactamente nuestra vida. Y el arte tiene la misión irrenunciable de revelarlo. El hombre debe ser totalmente libre para elegir (recurriendo a una expresión muy arrabaliana) entre el cielo y la mierda.

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