Más tontos que malos (Después de la plaga)

por Rafael Balanzá

“Una editorial decidida a publicar los relatos de los españoles sobre el confinamiento, Sandra Barneda finalista del Planeta y J. L. Zapatero anuncia que publicará un ensayo sobre Borges. ¿Se trata de la tercera plaga o podemos contarlas como plagas independientes?” Tomo prestado este mordaz tuit de Muñoz Rengel  (escritor destacado, a diferencia de los anteriores, por méritos estrictamente literarios) publicado el pasado 18 de enero, para encabezar mi post de febrero. Y está bien tomar el asunto a broma, claro, pero la cosa es muy seria si pensamos que la subnormalidad editorial no es sino el reflejo de un clima social. En 2018 advertí en una entrevista parael diario La Verdad de que la estupidez era el virus más peligroso, y que esta, y no el mal, constituía la peor amenaza para nuestro mundo en la actualidad. Y eso que los Proud Boys todavía no  habían ido al Capitolio a hacer el indio instigados por un imbécil presidencial, con el trágico resultado de 5 estúpidas muertes.

Lo cierto es que se da un balance constante, a lo largo de la historia, entre la estupidez y el mal. Unas veces predomina la primera y otras veces se impone el segundo. Cabe establecer un paralelo clarificador con la física, si pensamos en términos de materia y energía: E = mc ². Antes de la Revolución Francesa, por ejemplo, ganaban la estupidez y la frivolidad; sin embargo, con la guillotina, las guerras napoleónicas y la esclavización que supuso la primera revolución industrial, triunfó el mal. Hacia 1900 predominó una alegre y burbujeante estupidez, pero después de 1914 volvió a ganar el mal. En los años 20, otra vez, la estupidez. Luego, con Auschwitz y Treblinka, el mal…Y así sucesivamente. Por supuesto, podemos relacionar esta implacable ley de la historia con la famosa frase de Marx sobre la farsa y la tragedia.

Creo detectar en estos últimos tiempos una apuesta decidida por la estupidez en Occidente, quizá por la mala prensa que ha tenido la inteligencia durante los dos últimos siglos: “El sufrimiento y el dolor –escribió Dostoievski– son inseparables de una mente profunda y un corazón delicado”. Yo sospecho que, por desgracia, es en el humus putrefacto de la maldad donde prospera con más vigor el ingenio. Recordemos las palabras de Orson Welles en “El tercer hombre”: Suiza, 500 años de paz y democracia; resultado: el reloj de cuco. Italia, violencia y crimen en la época de los Borgia; resultado: el Renacimiento. San Pablo, el psicólogo más subversivo y brillante de la historia, en un instante decisivo para nuestra civilización, buscó con su afilada pluma la yugular de los estoicos al denunciar la relación entre el mal y la inteligencia tal como la entiende el mundo: 1 Corintios. Parece como si nuestras sociedades hubieran decidido seguir a San Pablo, pero sin abrazar el cristianismo. Seamos gilipollas, vale, pero de sacrificarnos por amor… nada de nada. Y entonces el mal se cuela continuamente por las rendijas: la estupidez no es hermética. Por eso en este momento tenemos un mundo malo y estúpido, pero más estúpido que malo. Pensando en mi hijo, lo prefiero así. Confío en que cuando lleguen la primavera y la vacuna sigamos en nuestra tibia estupidez acostumbrada. Porque si toca el mal podría prosperar la inteligencia, pero a costa de una enorme cantidad de sufrimiento. Y no vale la pena.

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