Pi

por Rafael Balanzá

El nacionalismo, cualquier nacionalismo, es una ideología para retrasados mentales y espirituales, desde luego. Pero esto no importa mucho: los retrasados mentales y espirituales tienen derecho a existir, e incluso a ser lo que no pueden dejar de ser de ninguna manera. Del mismo modo que un hamster no puede dejar de ser un hamster y, dada su hamsteridad, tendrá que correr dentro de su ruedecita y hacer todas las demás cosas hamsteriles que le tocan, ya que estos hábitos forman parte consustancial e inalienable de su peluda naturaleza. Viene a cuento aquí una sentencia de Spinoza:

Unaquaeque res, quantum in se est, in suo esse perseverare conatur.
(Ética III, proposición 6.)

Esta introducción pretende justificar una idea que no sé si vale la pena exponer. Por si hubiera tres o cuatro lectores curiosos la expresaré de todos modos: el Gobierno de la nación haría bien en facilitar la independencia, de una vez por todas, a Cataluña si así lo desean la mayoría de los ciudadanos de esa comunidad. Esto supondría un fracaso para todos, claro está. Para ellos y para nosotros. Pero es que me temo que España (con Cataluña incluida, por supuesto) no es otra cosa que un país fracasado.

Pensábamos que nos habíamos convertido en lindos cisnes europeos. Hemos despertado del cuento para comprobar que seguimos siendo los mismos feuchos patitos ibéricos de siempre. Qué pena. El ridículo “cantar de gesta” de la transición se ha transformado en una lóbrega elegía por un país mal cosido y remendado después de una repugnante Guerra Civil y de una miserable dictadura, que solo terminó cuando el tirano se consumió en su lecho, no sin antes designar a su cinegético sucesor.

Y del futuro no cabe esperar casi nada. La enseñanza pública ya fue arruinada por el Partido Socialista que, en lugar de mejorarla, conculcó toda idea de disciplina y todo principio de autoridad, arrasando de paso las humanidades y cualquier vestigio de rigor académico. Y esto sucedió (es muy triste, pero hay que decirlo) con el respaldo o la anuencia de la mayoría de los papás y las mamás. Ahora terminará de destruirla el Partido Popular (votado por la mayoría de las mamás y los papás) que, por descontado, nunca ha creído en ella. Mala cosa para quienes todavía llevamos a nuestros hijos a colegios públicos. Tenemos una generación de niños analfabetos en su propia lengua materna a los que se pretende convertir directamente en políglotas, sin contar con la intervención del Espíritu Santo. Además, se continúa recortando en investigación y se apuesta por el modelo turístico/desarrollista que nos ha conducido al desastre. En la empresa privada se sigue mal-trabajando de ocho de la mañana a diez de la noche, con escasa productividad, nula “conciliación familiar” y baja calidad de vida para los empleados. La cultura agoniza sofocada por los actuales recortes, que suceden a los pasados enchufes, compadreos y pesebres de todas clases; y apenas hay protección legal para las pocas obras que la merecerían. La política y el periodismo son pasto de los demagogos, como corresponde, con toda justicia, a un pueblo ignorante, incívico y soberbio. Por cierto, ahora que me doy cuenta de que me ha salido un alegre comentario navideño, digno de alguien que se siente como a la deriva en un bote lleno de animales, aprovecho para recomendaros encarecidamente “Vida de Pi” a los que no la hayáis visto. Se trata de una hermosa epopeya mística, alejada del panteísmo melifluo de “Avatar” e impregnada de un sentido oriental de la trascendencia vinculado a la naturaleza, pero sin cursilerías ni simplificaciones. Y no dejéis de pagar un poco más para verla con las gafitas, hombre, que en este caso sí que vale la pena. De todo corazón, Feliz Navidad. O solsticio. O Saturnales. O lo que sea.

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