Sede central del Grupo Planeta en Madrid, Juan Ignacio Luca de Tena nº 17, octava planta, despacho del presidente. 16 de octubre, 11’36 am.
Entra el director editorial. “¿Has visto la que se ha liado?” El presidente sonríe y le enseña un gorrito de bebé y unos calcetinitos rosa con la imagen de Dumbo bordada. “¿Qué te parecen? Son para mi nieta…” El director, que esgrime su smartphone con la mano derecha, como si el celular pudiera convertirse en cualquier momento en el sable de luz de Luke Skywalker, abre la boca y deja escapar una burbuja de ansiedad. No sabe qué cara poner. “¿Pero… es que no has visto lo que están diciendo? ¿No te importa?”
Creuheras cambia de expresión. Adopta un rictus duro y deja el gorrito y los calcetines sobre la reluciente mesa de roble, en la que hay un portátil, una figura de marfil del Kama-Sutra y algunos papeles desordenados. “Lo dicen todos los años, ¿no? Y todos los años vendemos la primera edición en días. ¿Crees que esta vez será distinto?”
El director se sienta, o más bien se deja caer, en uno de los sillones ergonómicos del despacho y se encoge de hombros. Guarda el teléfono, después de apagarlo, en un bolsillo de su chaqueta. “¿Has leído la novela?”, pregunta a su superior. “¡No! -exclama éste con aire casi jovial- ¡Por supuesto que no! ¿Para qué? Además… estoy leyendo otra cosa… Muerte de atlante, de Balanzá.” El director lo mira cada vez más pasmado. “¿Quién es ese?” El presidente inhala profundamente, cargándose de oxígeno y de paciencia: “Casi un desconocido… Ganó el Gijón hace tiempo. Lo publicó Anaya el año pasado”. El director siente curiosidad: “¿Es bueno?”. El presidente sonríe con malicia: “Es muy bueno. Nunca llegará a ninguna parte.” El director mueve la cabeza negativamente: “Algún año se darán cuenta… Algún año nos estrellaremos”. Creuheras se acerca y le da dos palmaditas en la mejilla. “Eso no pasará nunca. Mira… -se sienta junto a él, en el otro sillón reservado a las visitas, y le pone una mano en la rodilla- Mira… nosotros no hacemos nada malo ¿sabes? Les damos lo que realmente quieren… No lo que dicen que quieren, ni lo que se supone que deberían querer. No… les damos lo que quieren de verdad. Ten en cuenta que son ordinarios, y buscan lo ordinario. Intentan creer que tienen dignidad, pero engañan a sus parejas. Dicen que escuchan a sus hijos; y no hablan con ellos ni diez minutos por semana. Presumen de hacer bien su trabajo, y se escabullen siempre que pueden, traicionan a sus compañeros para medrar, hacen trampas, engañan a sus jefes, subordinados, amigos… Mienten y falsifican constantemente. Si les preguntas qué ven en televisión… te dirán que los documentales de la dos, o Días de cine, pero en realidad ven MasterChef o la isla de las tentaciones. Aseguran que son moderados, pero votan a partidos populistas. Gritan que están hartos de la corrupción, pero siguen eligiendo a sus corruptos favoritos. Cada año se apuntan al gimnasio, y a la tercera semana ya están otra vez en la terraza del bar…
Nosotros hacemos libros a su medida. Los libros que realmente prefieren, firmados por charlatanes como Juan… que les caen simpáticos, porque son muy parecidos a ellos, solo que con mucho más dinero y éxito. Les vendemos su propia vulgaridad envuelta en celofán. Y nos la compran, claro. Nos la comprarán siempre…”
Se produce un silencio valorativo. El director parece desbordado y perplejo. “¿Has leído alguna vez a Spinoza?”, le pregunta Creuheras. A su subordinado casi no le sale la voz del cuerpo. “Pues… la verdad es que no. ¿Tú sí?” El presidente desvía un poco la mirada y la fija en el parqué barnizado al agua. Entorna los ojos, en un visible esfuerzo memorístico: “Unaquaeque res, quantum in se est, in suo esse perseverare conatur”. Luego vuelve a mirar con una sonrisa cómplice al director. Y le propina otras dos palmaditas en el muslo: “No te preocupes. No nos defraudarán. Seguirán siendo siempre lo que son. Y ganaremos dinero. Muchísimo dinero. Como siempre.”


