Raros son los días

por Rafael Balanzá

Raros son los días en que no se me ilumina esta escena. Es mayo o junio de 1994, y esa iba a ser la gran noche, pero llegamos tarde. Eran las tres o las cuatro (de la madrugada, claro) y en el piso ya no quedaba casi nadie. Había una vomitando en el baño. La vimos de pasada, por la puerta entreabierta: los codos apoyados en la taza, asomando del vaquero sus braguitas de encaje, y una amiga al lado intentando sujetarle el pelo. En el salón, un bello durmiente, una pareja morreándose en el tresillo y la mesa plagada de ceniceros llenos, de rodales húmedos de culos de vasos, de restos de cubata con colillas dentro. Y un poco de polvo blanco en una esquina: el que no había llegado a emprender el viaje hasta las fosas nasales por el túnel del billete de mil enrollado. Iba a ser la fiesta final del curso, la madre de todas las fiestas –era la época de la primera guerra del Golfo-, y nos la habíamos perdido, porque habíamos llegado tarde. Menos mal que en esa época la fiesta siempre éramos nosotros, así que no nos importó mucho, y salimos a la calle sin grandes signos de decepción, a continuar con nuestra eterna mojiganga: ¡Apurar cielos pretendo! Todo eso, tan lejano.

Pero la impresión de aquella noche, de aquella fiesta acabada, se infiltró por la retina en mi flujo sanguíneo, se enquistó en mi cerebro y se ha extendido ahora a todo lo que veo a mi alrededor: la actualidad política, esos viejos partidos que no acaban de morir –aunque el PSOE está en ello-, la infinita transición, la insulsa escena cultural… Carolina Bescansa lo dice: España es un país secuestrado por los viejos. Y en eso (a lo mejor solo en eso) tiene razón, porque los jóvenes están atenazados entre el síndrome de Estocolmo y otro síndrome que es mejor no nombrar, pero que afecta a su inteligencia. Todo me sugiere la escena lamentable de una celebración agotada, una peonza melancólica que no termina nunca de girar del todo. ¿Es el final, de verdad? ¿Pero el final del final? ¿El ocaso de Occidente? ¿Tendrá razón César Antonio Molina?

elcultural.com/noticias/letras/Cesar-Antonio-Molina-Estamos-asistiendo-al-final-de-nuestra-civilizacion/9231

¿O más bien, como decía la pedante Mafalda, “no es el acabose, sino solo el continuose del empezose de ustedes”? ¿Estaremos ante el comienzo de algo que no podemos ni siquiera imaginar? ¿O el problema es, precisamente, que no podemos imaginarlo porque se nos ha acabado la imaginación?

        – Oye… Te dieron un premio muy importante, ¿no?
        – Jajaja.
        – ¿Y has publicado más libros?  
        – Bueno…, sí, alguno más…
        – Claro…, te vi en el periódico. Dime, en serio…, estarás contento, ¿no?
        – Sí, estoy contento. Es verdad: todo podría haber salido peor.
        – ¿Qué quieres decir? ¿Estás contento o no?
        – ¿Recuerdas el final de “Uno de los nuestros”? Cuando Liotta delata a los demás y se convierte en un testigo protegido…; le asignan un adosado miserable en ninguna parte, le cambian la identidad. Entonces su voz en off nos cuenta: “Ahora tengo que ponerme a la cola como todo el mundo. Cuando llegué aquí, pedí spaghetti con salsa marinara; me trajeron macarrones con ketchup. Ya no hay aliciente, no hay emoción…” Pues eso es lo que pasa hoy con la literatura, con la sociedad, con todo: macarrones con ketchup, es lo que hay. Y podía haber sido mucho, mucho peor.

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