Regás (y no volverás, Gauche Divine)

Ha muerto Rosa Regás, tardía e insigne escritora que ha formado parte del jurado del Premio Café Gijón en todas las ediciones durante su etapa reciente. Después de,lograr el galardón en 2009, leí obras de Guelbenzu y de Marcos Giralt –integrantes del mismo tribunal- pero no de ella. Lo haré ahora, a modo de tributo y de celebración de ese sucedáneo de inmortalidad que concede el arte a quienes logran elevarse un poco (y a veces no tan poco) sobre el océano de mediocridad que conforma la muchedumbre inmensa de quienes han sentido alguna vez el inopinado aguijonazo de la creatividad.

Rosa me llamó a casa el 22 de septiembre de 2009. Recuerdo perfectamente la situación. Mi hijo, de 4 años, en modo caracol, trepaba por el respaldo del tresillo babeándolo todo, mientras en el telediario hablaban de los devastadores efectos de la crisis después del verano, lo que no impedía a Zapatero seguir aplicando la lluvia fina de su regadera de plástico amarillo a los brotes verdes de los jardines de la Moncloa. “Mira…, soy Rosa. Rosa Regás. Formo parte del jurado del Gijón. No sé si te imaginas ya lo que te voy a decir…” Algo así fue su locución, si no la recuerdo mal. Luego me preguntó por la edad que tenía. Cuarenta. ¿Cuarenta? Así que estaba en medio, lo que no daba del todo la razón a nadie. Me explicó que parte del jurado pensaba que se trataba de alguien muy joven y la otra parte que se trataba de una persona de provecta
edad. Por lo visto, la novela les parecía cosa juvenil –tal vez por lo del grupo de rock- y al mismo tiempo un monumento a la gravedad y a la madurez más acrisolada.

Como todos sabemos, o deberíamos saber quienes mantenemos fidelidad a este blog minoritario y selecto, Rosa Regás formó parte de la llamada Gauche divine, junto a Félix de Azúa, Gil de Biedma, Terenci Moix…, y uno de sus mejores amigos fue Eugenio Trías. En esos tiempos el talento solía ser confiado y solidario, casi gregario (hasta donde pueden ser gregarios los poetas) y no tan suspicaz, envidioso y retraído como suele serlo ahora, en las raras ocasiones en las que todavía le da por encarnarse.

Esos tiempos se fueron, claro. Un escritor y crítico, que lleva años persiguiendo, como Aquiles, a la tortuga de su celebridad, y a quien no citaré hoy porque ya me está dando asco de tanto caerme bien, se ha despedido este verano de su cuenta de X diciendo que va a pasar agosto releyendo a Faulkner y a Dostoievski. “Novelas –añade- de cuando la literatura era hermosa e importaba.” Yo podría decir casi lo mismo, ya que son dos de mis favoritos y cada vez leo menos a mis contemporáneos, como decía cierto personaje de Luces de Bohemia. Con la muerte de Rosa me doy cuenta de que tal vez yo sea uno de los últimos escritores que alcanzó cierto grado de celebridad (esa tortuga miserable) y logró mantenerse en la carrera, tras su éxito inicial, sin otro aval que el de su propio mérito y la fidelidad de sus lectores. Quizá el meteorito que se estrelló en Barcelona y acabó con la Gauche divine hace tantos años fuera en realidad el último clavo en el ataúd de la literatura. Puede que yo me convierta en uno de los últimos dinosaurios vivos. Contando mis años y hundiendo los dedos en la arena del tierno y largo verano de azul desconexión, no me disgusta esa perspectiva.

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