A todos nos pasa. A veces damos por ahí con algo que nos produce el celebérrimo efecto magdalena de Proust. A mí me ha ocurrido hace unos días con una entrevista a Alberto Olmos publicada por uno de los seiscientos mil periódicos digitales que boquean y luchan por el oxígeno en España, como los últimos peces vivos del Mar Menor. El episodio recordado sucedió hace una eternidad. En 2005, más o menos. El legendario editor español Jorge Herralde visitó Murcia, e incluso llegó a asomarse a la embocadura de la tinaja en la que yo dormitaba para decirme que me concedería cualquier deseo. Le pedí que no me tapara el sol. Esto es leyenda, como podéis imaginar. La verdad es que el encuentro sí se produjo, en Molina de Segura para ser concretos, pero yo no vivía en una tinaja, sino que dirigía la revista cultural El Kraken, no menos legendaria que el aludido editor, y me deslizaba en todos los saraos literarios que se me ponían a tiro, con la complicidad de mi amigo el escritor Manuel Moyano. La visita del director de Anagrama se debía al premio Setenil para libros publicados de relatos. Resulta que ese año había ganado el malogrado Alberto Méndez, con “Los girasoles ciegos”, una meritoria colección de 4 cuentos morales ambientados en la Guerra Civil. En 2008, fallecido ya el autor, la obra fue adaptada al cine por el gran José Luís Cuerda. Recuerdo que Herralde y yo hablamos, no sé por qué, del legendario Alberto Olmos, quien entonces todavía no era legendario, sino apenas una joven promesa de nuestras letras que había quedado un pasito por detrás del archilegendario Roberto Bolaño en una convocatoria del legendario premio Herralde de novela. El legendario editor le dijo al futuro ganador del legendario premio Café Gijón de novela (o sea, servidor) que la primera obra de Olmos le había gustado mucho, pero no así la segunda; lo que me pareció una verdadera pena. Está feo quitarle el caramelo a un churumbel después de la primera chupada, ¿no? Unos años después el propio Olmos protagonizó la legendaria sección de entrevistas de El Kraken.
Olmos dice ahora que se arrepiente de haber optado por la vía literaria. Lo comprendo. Me pasa lo mismo. Ambos somos de la Old Law; es decir, de cuando había cribas rigurosas para la publicación y no arrasaban en las librerías las señoritas Pepis con cuenta en Instagram seguidas por millones de personas con capacidades intelectuales diferentes. Tenemos que estar desilusionados a la fuerza, como cualquiera puede entender. Se nos han comido el bollycao de la merienda, por una punta y por otra, dos generaciones distintas. La de los viejos (Marías, Millás, Molina, Mendoza…) que pillaron justo a tiempo, con sus tablas de surf, la gran ola de la transición y la de los millennials, que no saben quién o qué era Faulkner (un autor muy leído en algunos pueblos de Albacete, como nos reveló el director de cine arriba mencionado y también lamentablemente desaparecido) lo que no les impide publicar sus boñigas en grandes editoriales dirigidas por masterizados palurdos y Maritornes analfabetas; quienes ahora, por cierto, ven amenazados sus puestos de bragas en el mercadillo por culpa de un Coronavirus cabroncete con el que nadie contaba. ¡Qué cosas pasan!