Twitter

por Rafael Balanzá

“Los lectores se ganan escribiendo, no en las redes sociales”, ha declarado Sara Mesa en algún periódico. A mí me encantaría que esto fuera cierto. Y fue verdad, por ejemplo, para Javier Marías, que representa con bastante exactitud el tipo de escritor que yo aspiraba a ser. Un hombre malhumorado, dotado de una incómoda lucidez, que se relaciona con el mundo principalmente a través de sus libros. Marías, que yo sepa, nunca tuvo redes sociales. Sí que las tiene, en cambio, y se prodiga en ellas con ánimo beligerante y cortés, a partes aproximadamente iguales, su amigo el maestro de esgrima Pérez Reverte. En fin… cada cual hace lo que quiere… o lo que le dejan hacer. “Y cada puta hile”, como dice Sancho en El Quijote.

Yo tengo Twitter desde 2014. Ni se me había pasado por la cabeza hasta entonces. Había ganado el único premio de novela importante organizado en España que no tiene las condiciones higiénicas de una letrina de chiringuito de playa, había logrado el reconocimiento unánime de la crítica, mi novela acababa de traducirse después de haber vendido aquí tres ediciones… Así que pensé que lo de las redes era una afición plebeya. Digamos, como una plaza de abastos informatizada por la que el verdadero autor literario no necesitaba pasearse. Eso fue hasta que en febrero de 2014 Elena Palacios, la jefa de prensa de Siruela, me dijo que Twitter podría ayudarme a vender mi nueva novela, “Recado de un muerto”. Me lo explicó en la sede de la editorial, en la calle Almagro de Madrid, exactamente unos cinco minutos antes de que yo lanzara un torpedo contra mi propio barco a través de las tres principales agencias de prensa del país: “Nos empujan al McDonalds literario”. Todo un cursillo de autodestrucción comprimido en una sola frase. Una patada en mi propio culo que me propulsó hasta situarme como asteroide literario de la nube de Oort. Había supuesto, iluso como soy, que mi generación exclamaría unánime: “Qué tipo tan audaz. Qué valiente. Qué interesantes deben de ser sus libros…” No ocurrió nada de eso. Fue como pronunciar un discurso de Cicerón en las masificadas cochiqueras de El Pozo. Ante tan heroico arranque retórico los cerdos harán siempre lo único que saben hacer: comer, defecar.

De todas formas abrí mi cuenta en Twitter (https://twitter.com/Rafaelbalanza). Y para confirmar que uno siempre es más tonto de lo que imagina (aunque menos de lo que necesitaría) resulta que la red del pajarito, contra todos mis prejuicios, me ha reportado grandes satisfacciones. A través de ella entré en contacto con personas a las que admiro y que mitigan a diario la fatiga de vivir y el tedio de la actualidad informativa; con su ingenio, su sabiduría y su amena compañía. Me refiero, por supuesto, a Javier Gomá, a Rafael Narbona, a Ana Cid, a Gerardo Sánchez, a Pedro Amorós … y a tantos más a los que no cito aquí porque un post no puede ser la guía telefónica. No hace mucho, precisamente allí, en Twitter, Alberto Olmos señalaba con agudeza la paradoja que las redes representan en nuestro caso. Queríamos ser escritores para refugiarnos del mundo, abroquelados en nuestra soledad creativa, y hemos acabado en un escaparate electrónico, expuestos a las miradas –con frecuencia burlonas- de los transeúntes digitales. Sic transit…

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