© Rafael Balanzá
Qué cosas tiene Pan, con sus locas serendipias. Me paso todo el verano desconectado leyendo a Thomas Bernhard, entre otros autores insignes, me propongo actualizar mi blog hablándoos del magistral escritor austríaco y… ¿qué me encuentro? Pues me encuentro que Arrabal, propulsado a la velocidad de la luz por sus 93 primaveras, se me ha anticipado en su transitado y nada transido blog de El Imparcial: https://www.elimparcial.es/noticia/287026/opinion/thomas-bernhard.html
Es decir, yo estoy todavía cargando el combustible de mi cohete y él ya lleva milenios en la estratosfera. ¿Qué digo en la estratosfera? ¡Surcando la vía Láctea y, también, galaxias lejanas! Pero ánimo: hablemos de Bernhard.
Leí hace años “Tala” y me pareció una novela sublime. Inolvidable, ese sillón de orejas en el que se cobija o abroquela –más que se acomoda o se recuesta- el narrador vitriólico y desternillante. Sin embargo, he tardado mucho en zambullirme –no me preguntéis por qué- en “Maestros antiguos”. Finalmente, me decidí a primeros de agosto. Y lo que más me ha impresionado del fluido y genial discurso interno del narrador –armónico, pero reiterativo, como ese bajo continuo que caracteriza el barroco musical-, sin separación de párrafos, de capítulos, de secciones; sin ningún tipo de alivios o concesiones para el subyugado y fascinado lector; lo que más me ha impresionado, digo, es lo mucho que sabía Bernhard en 1985 de la realidad de España en 2025. Sólo tenéis que leerlo, si no me creéis.
“Todos los días no da uno crédito a sus ojos ni crédito a sus oídos, dijo, todos los días ve uno, con espanto cada vez mayor, la decadencia de este país destruido y de este Estado corrompido y de este pueblo embrutecido.” (Página 139 de la versión de bolsillo de Alianza editorial que yo tengo). Y un poco después, continúa:
“Pero cada pueblo y cada sociedad merece naturalmente el Estado que tiene y merece también por lo tanto sus asesinos como políticos.” (Página 140).
Un poco después se centra específicamente en la literatura de su país:
“Y los escritores austríacos en su conjunto no tienen absolutamente nada que decir. Y ni siquiera saben escribir lo que no tienen que decir. Ninguno de esos escritores austríacos de hoy sabe escribir, todos se sacan de la manga una literatura de epígonos repulsivosentimental, dijo Reger, y escriben, escriban donde escriban, únicamente basura.”
No hará falta que os diga (porque supongo que lo habréis hecho así mentalmente) que basta con sustituir aquí “austríacos” por “españoles”. Y todavía añade en la página siguiente: “Esa gente escribe desde hace decenios sólo una literatura sin pensamiento, escrita sólo para agradar y que también se publica sólo para agradar. Mecanografían su tontería abismal y se embolsan por esa tontería abismal e insulsa todos los premios del mundo.”
¿Necesitáis que continúe, o preferís leerlo y disfrutarlo vosotros mismos? Pero mientras leía placenteramente al gran Bernhard, no he podido evitar que algo de la trágica actualidad nacional se filtre por las rendijas de mi refugio de desconexión veraniega. El horror de los incendios. Y el horror de los políticos hablando de los incendios. El majadero Óscar Puente, bromeando en X mientras morían bomberos calcinados. El retrasado Bendodo, utilizando ofensivamente y sin fundamento el término “pirómana” para referirse a la directora de Protección Civil. Sí, tenéis razón: siempre ha habido políticos gilipollas; pero no como estos. Estos políticos gilipollas son ya de la sexta generación, como los incendios. Por fortuna podemos escapar hacia ese otro glorioso incendio literario llamado Thomas Bernhard.