Doctor Trump

por Rafael Balanzá

Hace unos días se me ocurrió la peregrina idea de poner en mi cuenta de Twitter cierta fotografía de Carrie Fisher en todo su esplendor juvenil. Era una de esas láminas promocionales de la época de la trilogía inaugural de Star Wars. La foto corresponde al estimulante episodio de la esclavitud de Leia, sometida a la brutal tiranía de Jabba el Hutt, aquel gusano gigantesco con aspecto de empedernido corruptor de concejales de urbanismo. Lo que yo me proponía era rememorar (tras la desgraciada noticia del fallecimiento de la actriz) la impresión que nos causó a los adolescentes de entonces su exuberante feminidad. Muy pocas horas después de cometer semejante tropelía me enteré –gracias a la eficacia de esa misma red social- de la caza de brujas que algunos tuits semejantes habían desencadenado en USA. Incluso aquí, en la periferia del Imperio, parece que también hubo algo de gresca a propósito de no sé qué tuit de Santiago Segura. 

Por lo visto, hay que pedir perdón por recordar la belleza indiscutible de una mujer que destacó (principal, aunque no únicamente) por su belleza. Carrie Fisher hacía muy bien de Leia Organa, creo que eso nadie lo pone en duda; sin embargo, tales aptitudes interpretativas no la sitúan, me parece, a la misma altura que Catharine Hepburn o Liv Ullmann. ¿Acaso es ofender su memoria recordarla como una mujer hermosa con pinta de princesa galáctica? ¿No aceptó ella participar en la trilogía actual haciendo de nuevo el mismo papel que la había condenado al encasillamiento? ¿No aprobó en su momento que se utilizara su imagen más sensual para promocionar las películas? Comprendo sus quejas, sí, por el lastre que ese “rol” pudo acaso suponer para su carrera de actriz; pero si alguna injusticia hubo en ello, no creo que la remedien los graznidos de quienes, agitando la hortera insignia de la corrección política, han visto aquí la ocasión de poner el grito en la galaxia. 

La corrección política se ha convertido en una especie de tumor que hace metástasis en todos los ámbitos de la sociedad. Tras siglos de lucha para conquistar la libertad de expresión el fantasma de la censura vuelve ahora con aires contraculturales; pero esgrimiendo las mismas odiosas tijeras de siempre. Sería digna de ver la cara de Voltaire ante esta gran ironía: la libertad asesinada por los libertarios. En realidad muy poco después de su muerte, durante la Revolución Francesa, ya ocurrió algo semejante: las paradojas de la historia se reflejaron en la hoja afilada de una guillotina. Estamos ante un mal que parece pedir a gritos un cirujano de hierro. Y lo peor es que todo esto sucede cuando, en este recién estrenado 2017, llama al interfono de la portería global un tal doctor Trump, ajeno a toda corrección política y especializado en cirugía con taladro y serrucho de carpintero. Atentos a la intervención.

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