Guelbenzu y el mal impune

por Rafael Balanzá

©Rafael Balanzá

José María Guelbenzu ha sido un excelente escritor y un auténtico caballero. Lo conocí en 2009, en el Café Gijón de Madrid. Según mi editora, Ofelia Grande de Andrés, fue el primero en hablar a favor de mi novela y en proponerla como ganadora, entre los 8 originales (de los 539 presentados) que habían llegado a la discusión final. Un par de años más tarde leí “La mirada”, una obra de claras resonancias camusianas que me reveló, con toda evidencia, que ambos bebíamos de los mismos manantiales de inspiración literaria.

Descansa en paz, querido José María. Tu muerte me sorprende en plena desconexión veraniega, con el libro más reciente de Marcos Giralt entre las manos: “Los ilusionistas”. No sé si te habrá dado tiempo a leerlo.

Además de la admiración por Camus, tenemos, Guelbenzu y yo, otro rasgo notable en común. Resulta que él nunca llegó a completar sus estudios universitarios. Abandonó el derecho en 1964 para dedicarse por completo a la literatura. Yo tampoco acabé los míos. Me fui de la facultad de letras antes de terminar Historia. Y no sólo no he presumido nunca de una titulación académica superior que no poseo, sino que alguna vez me he jactado de esa carencia. Soslayando mi proverbial humildad, que ya conocéis de sobra, puedo decir, con verdad, que no he necesitado ningún título para ganar el premio de novela más legendario de nuestro país. Como tampoco para fundar una revista elogiada por autores de fama internacional. No tener una carrera universitaria no me ha impedido pronunciar conferencias en universidades, ni recibir la atención de críticos extranjeros o ver reseñado mi trabajo en las revistas internacionales más importantes del hispanismo literario. Como si Will Hunting viviera realmente en Murcia, y no en Boston, comprendí muy temprano que ningún engolado catedrático me explicaría nunca algo que yo no pudiera leer mejor en algún libro. Curiosamente, Marcos Giralt menciona en el suyo casos insignes de familias de intelectuales españoles en las que no había apenas títulos universitarios: los Bergamín, los Panero, los Ferlosio… Para evitar confusiones, por si algún joven lector se asoma a este blog: es mejor tener una carrera que no tenerla. No quiero animaros a una aventura peligrosa. Pero vamos al asunto: ¿por qué los políticos españoles no paran de inventarse diplomas y créditos? La respuesta es simple: saben que la mayoría de sus votantes son retrasados mentales, y por lo tanto no se rinden ante el mérito, el carisma, la inteligencia o la honradez… sino que se dejan engatusar por meros oropeles mundanos, como una cara bonita y un título inventado. Todo es cuestión de imagen. Los políticos españoles representan bien a la ciudadanía. Son corruptos, mediocres, infantiles, ordinarios e ignorantes… Viven de las apariencias y explotan la miopía de sus electores.

Por supuesto, las cosas no están mucho mejor fuera de aquí. Amelia acaba de leer “Las partículas elementales” (de Houellebecq), y me recordó hace pocos días en la playa esta frase: “lo que las masas adulan por encima de todas las cosas es la imagen del mal impune”. Volví la cabeza hacia ella y no tardé ni un segundo en pronunciar un nombre: “Donald Trump”. La novela es de 1999. Está claro que Houellebecq es un visionario. Cuando algún poderoso, alguien que infundía miedo o ejercía impunemente el mal cae, toda la jauría se vuelve hacia él para hacerlo pedazos. Es la condición humana: Robespierre, Cristóbal Montoro… La diferencia entre estos dos es que el incorruptible no falsificaba títulos, ni evadía impuestos, ni robaba… Era cruel, sí, pero tenía ideales; algo de lo que carecen los corruptos y los poderosos en España. El mal y el absurdo, por cierto, son temas centrales en Camus, ejemplarmente editado por Guelbenzu . Descansa en paz, José María, lejos de tanta basura mundana. 

Más por Conocer. Apre(h)ender al autor. Rafael Balanzá

Más por Conocer. Apre(h)ender al autor. Rosa Lentini

Conocer al Autor República Dominicana

Dequevalapeli