La frase no es mía, ya lo sabéis, sino de Elon Musk. Desde la victoria de Trump no ha parado de hablarse por aquí de la manipulación informativa, en redes y en medios convencionales, perpetrada por la mano negra de la ultraderecha; que, como bien sabéis, es una grande y libre, y traspasa todo tipo de fronteras, igual que el COVID. El anuncio del reparto circense que acompañará al magnate en la Casa Blanca, y que incluye a un lanzador de hachas como secretario de Defensa (y no descartemos que Marco Rubio acabe encontrando también un puesto diplomático para el chamán con cuernos de bisonte que se paseó por el Congreso), coloca delante de nuestros ojos el nítido propósito de esa derecha radical de ofrecer, ante todo y por encima de todo, un gran espectáculo al mundo. Un espectáculo que el mundo no pueda olvidar por lo menos en mil años; que era, como sabemos, la duración prevista por Hitler para su propia función, prematuramente cancelada por cierta intromisión aliada en las playas de Normandía.
En nuestro país, el debate público ha girado en torno al tratamiento informativo de la DANA. La transformación pública de algún colaborador de Iker Jiménez en croqueta de barro, así como la difusión de bulos por parte del presentador de Cuatro relativos a subterráneos repletos de cadáveres, a mayor gloria de Walking Dead, han desatado una guerra mediática multilateral en la que toman parte, en defensa de diferentes causas, desde Broncano y Motos hasta el mismísimo Wyoming.
La verdad es que el milenarista Iker saltó del OVNI para ir a caer en ese camarote de los hermanos Marx que ya era el supuesto periodismo serio antes de que él llegara, gracias al fracaso de los medios tradicionales en la cobertura de la pandemia durante los primeros días. Es justo reconocerle ese acierto inicial. Que luego acabara deslizándose por la pendiente de la demagogia era algo previsible y casi inevitable. La demagogia es la gangrena imparable que se está extendiendo por los medios y por las redes sociales. El otro día oí al presentador del parche en el ojo calificar el consenso de toda la comunidad científica internacional, casi sin excepciones, acerca de los cambios provocados por la acción humana en la atmósfera como mero “alarmismo climático” y “pura ideología”. Pero en el otro lado, tenemos a la retrasada izquierda Woke, con su negación del género y de la realidad biológica humana o su autolítica guerra contra la civilización occidental. El mundo se ha transformado en un gran subnormal obeso, encerrado en una celda con un Smartphone y entregado a la autolesión y a la masturbación obsesiva.
“El medio es el mensaje”, nos dejó dicho McLuhan hace muchos años, sin adivinar que las RRSS darían una vuelta de tuerca al concepto nuclear de su pensamiento. Ahora ya no hay que elegir una verdad parcial urdida por un grupo u otro de medios. Gracias al algoritmo, las hormigas ya pueden fabricarse su propio agujero y no necesitan salir de él para nada, hasta que alguien lo colmate de tierra. Orwell vio el peligro totalitario en el control de la información, pero no imaginó que sería la libertad, entregada a una masa de paletos, el nuevo caballo de Troya del totalitarismo.