© Rafael Balanzá
Me complace compartir en este blog la gozosa noticia de que mi novela más reciente, “Muerte de atlante”, ha sido seleccionada entre las más notables de 2024 por la revista Ínsula, dirigida y editada actualmente por Arantxa Gómez Sancho. Aparece reseñada en el así llamado “número Almanaque” –el más esperado y leído del año-, coordinado en esta ocasión por el catedrático Ángel Luis Prieto de Paula. El encargado de llevar a cabo esta selección ha sido el profesor José Belmonte Serrano, uno de los críticos más prestigiosos de nuestro país.
No creáis que me chupo el dedo pulgar, ni ninguno de los otros. Sé perfectamente que este dato, el cual hace un poco más de medio siglo seguramente habría movilizado a un buen número de lectores, e incluso en algún mundo utópico y libre de apagones que soy perfectamente capaz de imaginar, habría impelido a masas ávidas de compradores a golpear las persianas metálicas de las librerías antes del alba, en demanda furiosa e imperiosa de mi libro, hoy en día interesará, en el mejor de los casos, a dos docenas de filólogos repartidos por universidades de todo el mundo. Al público en general le importará probablemente un carajo que la revista Ínsula cuente con el más alto reconocimiento científico -confirmado por su reciente ascenso a la categoría Q1, la máxima posible- por su rigor filológico. En pocas palabras, hablamos de la publicación más importante del hispanismo literario en el mundo. Así que comprenderéis que, de todos modos, para mí este reconocimiento represente una gran satisfacción.
La historia de Ínsula (fundada en 1946 por Enrique Canito y José Luis Cano) es la de la resistencia literaria contra la asfixia nacionalcatólica del franquismo, y al mismo tiempo la eclosión de una semilla de libertad que sólo podía prosperar y germinar en el suelo fecundo de una verdadera reconciliación cultural: la de los intelectuales y escritores exiliados y aquellos otros que luchaban en el interior por ampliar los límites que el régimen imponía al desarrollo de su creatividad. Explica George Steiner (“Gramáticas de la creación”) que muy a menudo la represión no sólo no impide la realización artística, sino que en algunos casos incluso la favorece. Y es evidente que en aquella época la censura era implacable y muy activa. Buena prueba de ello es la suspensión de un año que sufrió Ínsula como castigo por la publicación de un número homenaje a Ortega y Gasset en 1956. Sin embargo, nada de esto impidió que la revista traspasara fronteras y que firmaran en sus páginas Juan Ramón Jiménez, Vargas Llosa, Jorge Guillén, María Zambrano, Américo Castro, Francisco Ayala, Pedro Salinas, Vicente Aleixandre, Miguel Ángel Asturias, Carmen Laforet, Camilo José Cela, Luis Cernuda, Julián Marías, Octavio Paz, Max Aub, Dámaso Alonso, Julio Cortázar, Gabriela Mistral o el propio Ortega y Gasset.
Me pregunto (emulando a Orson Welles en la noria de “El tercer hombre”) si la libertad y la democracia han propiciado que podamos elaborar una nómina equivalente de autores actuales. Me temo que no. Aunque con un chute clandestino de entusiasmo, y bajo la mirada tutelar de Alfred Jarry, bien podría considerarme yo una verdadera excepción. En realidad es eso –más que escritor- lo que siempre he querido ser.
Descargar Primeras páginas del libro “Muerte de Atlante“