La actriz Conchita Montes (1914-1994) rompió todas las reglas de la España de su momento. Aunque su vocación inicial fue la escritura, cuando en el Hollywood de los años treinta intimó con Charles Chaplin, descubrió que su futuro estaba en el cine. Tras vivir un tortuoso periplo durante la Guerra Civil, cumpliría su sueño de ponerse ante las cámaras en la Italia de Mussolini. De vuelta a España al comenzar la década de los cuarenta mostraría rasgos de un carácter poco frecuente en una sociedad en la que la mayoría de las mujeres solo podían aspirar a ser «señoras de»: una apasionada relación artística y personal con Edgar Neville sin ceder nunca al matrimonio, unas inquietudes intelectuales que compartía con amigos como José Ortega y Gasset, Gregorio Marañón o Eugenio d’Ors, su trabajo en la revista de humor La Codorniz donde confeccionaba El Damero Maldito, sus papeles como primera actriz en la gran pantalla, su posición preeminente en el teatro español gracias a sus adaptaciones e interpretaciones sobre las tablas… Y sobre todo, una independencia a ultranza que mantuvo férreamente toda su vida, lejos de las estrictas normas impuestas por el franquismo.